Ghost of Yotei – Análisis: la historia de un fantasma

Reseña de Ghost of Yotei.
No soy jugador, ni enemigo.
Soy el monte Yōtei.
Y esta es mi memoria.

Desde que el sol me tocó por última vez, he dormido. No como los hombres, que cierran los ojos y sueñan, pues yo he sido el sueño, un volcán de piedra y silencio. Los vientos de Ezo me cosieron la capa de nieve, los osos me contaron historias en sus gruñidos y los Ainu dejaron ofrendas a mis pies para que no despertara en cólera y creí que ya nada me sacudiría.

Entonces ella pisó mis paisajes, no con el peso de un ejército, sino con la ligereza de quien ya lleva un fantasma dentro. Sentí cómo mi nombre, Yotei, el Fuji del norte, dejaba de ser solo una forma en el horizonte para convertirse en testigo de la venganza.

Seis nombres, una promesa

Pero no era la primera vez que sus pasos rozaban mi piel. Aunque el tiempo me cubre con nieve, hay huellas que no se borran. Cuando la vi ascender, algo en mí se quebró, una grieta antigua, una memoria que no sabía que aún dolía.

Entonces mi mente se nubló y una visión me atravesó como un rayo. Vi fuego, vi sangre y vi a aquellos que se hacen llamar los Seis de Yōtei: La Serpiente, El Kitsune, El Oni, La Araña, El Dragón y el Señor Saito. Vi cómo convirtieron una casa en una tumba, cómo masacraron a una familia que solo sabía amar.

Y entre las llamas, la vi a ella, a Atsu, una niña con el corazón más grande que su cuerpo y con una rabia aún sin nombre. Luchó no como guerrera, sino como hija, como hermana, como testigo de lo impensable.

Aunque su fuerza era insuficiente, su convicción era más antigua que yo. La clavaron en el árbol de su infancia, le prendieron fuego y se marcharon creyendo que el silencio había ganado. Pero el silencio no es olvido, y Atsu no murió.

Viajó al sur, allí donde mis ecos no alcanzan y donde otros montes enseñan a pelear sin preguntar por qué. Aprendió a convertir el dolor en fuerza y la pérdida en disciplina. Ella no olvidó; en las noches, mientras otros dormían, repasaba los nombres en su cinturón, seis marcas, seis promesas. Y mientras el mundo giraba sin saber de ella, yo sentía cómo su alma se afilaba como una hoja que regresa al árbol que la vio caer.

Ahora ha vuelto, no como niña, sino como una sombra con propósito, una onryō que no busca justicia porque sabe que la justicia no florece. Busca equilibrio, aunque para lograrlo deba reabrir las heridas que los Seis infligieron en mi memoria.

Cada enfrentamiento será una ofrenda, y cada muerte, una conversación entre lo que fue y lo que debió ser. Y yo, que he visto a muchos vengadores perderse en su propio fuego, contemplo a Atsu con una mezcla de temor y respeto.

El viaje de la Onryō

Mi piel es un mapa de cicatrices y promesas, cinco grandes regiones que ella recorre a lomos de su caballo, buscando no solo a los Seis, sino también las respuestas que se llevó el fuego. Tras la caída de La Serpiente en sus primeros pasos, comprende que la venganza no es un camino recto. Para cazar a los cinco restantes, deberá convertirse en más que una sombra, deberá convertirse en una manada.

Dieciséis almas he sentido unirse a la suya, mentores que no le ofrecen consuelo, sino acero. Le enseñan el baile mortal de la yari, la furia contenida de las katanas dobles y la trampa impredecible de la kusarigama. Otros afilan sus instintos, mostrándole el arco que silba como el viento invernal, los kunais que pican como el hielo y las bombas que florecen con el fuego del infierno.

Su cuerpo se fortalece, pero es su espíritu el que debe encontrar el centro. Pequeños pájaros, ecos de mi propia voluntad, la guían hacia mis templos secretos, santuarios que exigen saltos de fe, agarres precisos y el valor de balancearse sobre el vacío.

Al presentar sus respetos, no pide favores a los dioses, sino que reclama lo que es suyo. Cada punto de habilidad liberado es un paso más en los senderos de la Onryō, el Ataque o la Venganza, árboles de poder que nutren su furia con propósito.

Incluso la venganza necesita pausas. La veo sumergirse en mis termas, espejos de agua caliente o helada, donde no busca descanso, sino claridad, y yo la recompenso, ensanchando un poco más la vida que se aferra a su pecho.

Sus vestiduras proclaman que no se oculta, sino que reclama su identidad, pues cada atuendo es una habilidad pasiva, cada talismán es un poder y cada máscara es un eco de su voluntad, permitiéndole arrancar vida de la muerte o quebrar la postura del enemigo con la fuerza de una avalancha.

A veces, el viento la devuelve a su hogar en ruinas. Allí, la siento viajar al pasado, manejando el cuerpo de una niña que aún no conocía el odio, y en esos susurros del ayer, descubre las razones podridas y el ego de Saito que incendió su mundo.

En la forja de su padre, donde ahora mejora sus armas, sostiene la última hoja que él creó, el acero que ahora bebe la sangre de sus asesinos. De su madre le queda el samisén, con el que no toca melodías de luto, sino himnos de poder que la guían hacia mis secretos, mis santuarios y mis dones.

El combate ya no es una danza coreografiada, pues mis criaturas y los hombres de Saito atacan sin piedad, en jauría. Ella debe ser el ojo de la tormenta. Siento su furia acumularse con cada enemigo que cae sin que la toquen, hasta que desata su poder de Onryō, un grito helado que paraliza a sus presas, dejándolas vulnerables a un solo golpe certero.

En esos instantes, la Loba, mi hija del bosque, a veces corre a su lado, un recordatorio de que ni siquiera los fantasmas deben caminar solos. Pero Atsu sabe que un ataque frontal es un riesgo, y a menudo la veo convertirse en sigilo, una sombra que se desliza por la hierba alta o los tejados, esperando el momento perfecto.

Su corazón, aunque endurecido, no está cerrado. La veo detener su cacería para ayudar a los míos, a mi gente. Cada misión secundaria es una lección, y cada campamento de Saito que libera, una ofrenda de paz. Incluso cada vez que caza bandidos, es premiada con sabiduría y algo de dinero.

Incluso se permite momentos de ocio, jugando al Zeni Hajiki por unas monedas. A medida que su leyenda crece con cada uno de los Seis que cae, mis aldeas le dejan tributos, no por miedo a la fantasma, sino por gratitud a la protectora.

El arte de una isla que no olvida.

He sido testigo de cómo la escarcha pinta de blanco mis bosques y cómo las auroras danzan en los cielos nocturnos, pero la belleza que emana del viaje de Atsu es de otra naturaleza. Cada pradera, cada montaña nevada y cada campo de flores son un lienzo vivo, un espectáculo de color y detalle que parece respirar con ella.

Y entonces, el aire cambia. La música, ese lenguaje de los hombres que siempre me ha parecido un murmullo lejano, se transforma. Se activa el modo Shinichiro Watanabe y mi paisaje se baña en una estética diferente. Aunque mis sonidos tradicionales son casi perfectos, esa banda sonora lo-fi acompaña a Atsu de una manera aún mejor.

Es en esos momentos cuando su venganza deja de ser solo un acto de sangre y se convierte en algo más, una pieza de arte, un viaje épico donde cada nota musical y cada pincelada de color están al servicio de la leyenda que ella escribe sobre mi piel.

Finalmente, he visto a Atsu cumplir su promesa, una por una, hasta que solo quedó el eco de los Seis. He sentido el peso de su viaje, cada herida, cada pérdida y cada victoria. Su venganza no ha traído la paz a mi tierra, pues la paz no se construye sobre tumbas, pero sí ha traído equilibrio.

La niña que perdió a su familia ha vuelto para enseñarles a los hombres que hay fuegos que nunca se extinguen. Y ahora, mientras la nieve vuelve a caer sobre mis laderas, siento cómo su leyenda se asienta en mi memoria, profunda y silenciosa.

Si tuviera que calificar este viaje con las estrellas que cubren mi cima, no dudaría en darle un cielo completo.

Escucharán el eco de Ghost of Yotei el próximo 2 de octubre,
cuando su leyenda cobre vida en exclusiva para PS5.

Calificación: 10 de 10

Deja un comentario